¿Nos imaginamos cómo hubiera sido esta pandemia hace dos o tres décadas... sin internet, smartphones, tablets, apps de mensajería electrónica o videollamadas? En tiempos de COVID19, la tecnología se ha convertido en una pieza clave no sólo para entretenernos, mantenernos conectadas y acompañarnos cuando el aislamiento físico se hace obligatorio, también para informarnos sobre el estado de la situación de la pandemia y las medidas tomadas por los Gobiernos en aras de controlar su propagación, y ya de paso, vigilarnos un poco más.
Y es que los límites entre el Estado de Emergencia y una posible Economía del Control Social no están tan claros ni definidos.
Entretener. Con casi todo el mundo en casa confinado, la plataforma de contenidos digitales Netflix ha tenido una explosión masiva de usuarias y ganancias. Desde el comienzo de la crisis, tuvo incluso que reducir la calidad del streaming por la demanda abismal e inesperada que se le vino encima. Mientras las usuarias estamos sentadas en nuestros sillones, devorando capítulo tras capítulo palomitas en mano, estamos pasando por alto que Netflix está poco a poco convirtiéndose en uno de los nuevos amos de la cultura mundial, y que sin darnos cuenta, decidirá qué series o películas financian o promocionan dependiendo a ratings y retorno económico (en lugar de hacerlo por su interés general o por el beneficio aportado a la cultura). Libre albedrío digital para grandes plataformas privadas que, almacenando una ingente cantidad de datos (Big Data) y combinándola con inteligencia artificial (IA), saben y determinan (porque así lo dictarán), antes que nosotras mismas, qué queremos ver y finalmente veremos con un simple e inocente clic.
En cuanto a Zoom, la app de videoconferencia de moda a través de la que millones de personas están manteniendo reuniones de trabajo, asistiendo a clases o hablando con sus familiares y amigos, comentar que ha experimentado un crecimiento desorbitante en su facturación y al mismo tiempo está bajo la lupa de las autoridades estadounidenses por su “letra pequeña” o controvertida política de privacidad que la gran mayoría de gente acepta pero no lee (en estos momentos y sin ningún tipo de notificación, Zoom está compartiendo con Facebook –independientemente de si tienen una cuenta o no– detalles de los usuarios como: modelo del dispositivo utilizado, zona horaria, ciudad, compañía telefónica, además de una clave de identificación de usuario).
Informar. Sabemos que en Internet se encuentra de todo. En los últimos meses, los bulos y las fake news (noticias falsas) sobre la pandemia diseminadas mediante las redes sociales y grupos de mensajería han desencadenado también reacciones por parte del Gobierno Español sobre su filtrado y persecución con grandes polémicas como la posible criminalización de críticas hacia el gobierno. Aunque puedan afinar los algoritmos de filtrado de redes centralizadas como pueden ser Facebook o Twitter, internet sigue y seguirá siendo un campo imposible de vallar. Y la ciudadanía no debería bajar la guardia en cuanto a la libertad de expresión en medios digitales con el pretexto de evitar la difusión de información engañosa o infundada.
Controlar. Durante la pandemia, también hemos podido comprobar como Google y Apple (dos de las 5 grandes empresas tecnológicas consideradas como "las amas de todo en Internet" que conforman el acrónimo #GAFAM - Google, Apple, Facebook, Amazon y Microsoft) han realizado un evidente autolavado de imagen poniendo a disposición un informe de movimientos de millones de sus usuarios a nivel mundial con el pretexto de ayudar a los gobiernos a realizar un mapeo de la movilidad de los ciudadanos durante una franja de días determinado y así hacer frente a la pandemia. Básicamente lo que vienen realizando Google y Apple a través de nuestros dispositivos Android y Iphone se llama vigilancia masiva; y, no nos engañemos, somos nosotras quienes - consciente o inconscientemente - estamos por un lado, cediéndoles nuestra información de manera gratuita a estas empresas con capacidad equivalente a Estados multinacionales para que experimenten (y se lucren!) con ella; y por otro, interiorizando erróneamente que "no es tan malo ser parte de una vigilancia masiva si es en favor del bién común".
Quizás deberíamos reflexionar un poco más entorno a la idea de que con la puesta en marcha de ciertas medidas tecnológicas por parte del Estado para el seguimiento de la pandemia durante la desescalada o era post-covid cabe el riesgo de que se vulneren derechos fundamentales de los ciudadanos como el de la intimidad informática (o habeas data). Países como China, Corea del Sur o Israel ya están implementando medidas de control social como reacción a la crisis del coronavirus (rastreo a través de teléfonos móviles, reconocimiento facial en las calles, medidas policiales para fiscalizar y “ejercer” las normas de circulación pública) bajo el pretexto del "bien general sanitario". Cabe la posibilidad de que gran parte de estas medidas que algunos países están tomando de manera autoritaria perduren por tiempo indefinido, se extiendan por el planeta y reconfiguren el escenario político global.
¿Existe una escapatoria al control social o nos encontramos ante un callejón sin salida?
En una entrevista reciente, Edward Snowden, consultor tecnológico estadounidense, informante, antiguo empleado de la CIA y la NSA, declaraba que «a medida que se extiende el autoritarismo, que proliferan las leyes de emergencia, que sacrificamos nuestros derechos, también sacrificamos nuestra capacidad para detener el flujo hacia un mundo menos liberal y menos libre».
Este caos sistémico que, aunque pareciese "nuevo", en realidad ya venimos asistiendo desde hace décadas, pone de manifiesto algunos límites de las viejas políticas estadocéntricas como la militarización, la perpetuación de jerarquías e instituciones, el deterioro de la democracia o el miedo como estrategia de control social. Si mezclamos todo esto en una coctelera junto a lo que vendría a ser una nueva trinidad tecnológica divinizada conformada por la convergencia de datos, algoritmos e inteligencia artificial... obtenemos un resultado bastante desalentador.
Concluyendo... El futuro será tecnológico o no será. Cada vez más y más vamos a ser dependientes de entornos mediados por tecnología en nuestras vidas, entonces... hemos de mantenernos alerta. Podría ser que ya estemos presenciando una amenaza invisibilizada que sea mayor que la que ha supuesto la COVID19, y que el orden, la vigilancia y el control pasen a ser las nuevas proclamas y valores públicos de una nueva forma de dominación tecnocrática. Se hace cada vez más necesario ser conscientes de la importancia que tiene seguir haciendo frente a todas esas grandes plataformas digitales privadas y centralizadas que tratan nuestros datos personales como mercancía, vigilan nuestros comportamientos y nos manipulan con fines comerciales o políticos a través de la publicidad e información que recibimos.
Para que ninguna decisión de nuestras vidas (empleo, crédito, salud, estudios, etc) pueda ser tomada automáticamente sobre una base de datos algorítmicos, para que ninguna corporación pueda decidir sobre qué libertades o derechos se le deben restringir a una persona, ya hay algunas vacunas en marcha: creer y poner en práctica valores como la autogestión, la descentralización, la interoperabilidad, la replicabilidad, la independencia, la diversidad, la confianza, el aprendizaje y el respeto. Promover el uso de software libre y de código abierto e impulsar redes sociales libres fue, es y seguirá siendo el mejor remedio a nuestros males tecnológicos.
Artículo escrito para la revista Barcella nº70 | Mayo 2020